Cuando hablamos de depresión infantil hablamos de un trastorno que tiene los mismos criterios diagnóstico que en la edad adulta, aunque presenta sus rasgos específicos. No se trata por tanto de momentos en que nuestro hijo, por una u otra razón, está más triste o alterado, sino que se trata de un problema que adquiere una prolongación en el tiempo mayor de lo que sería habitual.
Podemos reconocer la depresión infantil atendiendo a estos criterios (del Barrio, 2000):
1. Alteraciones en la forma de ser y comportarse, estando presente la tristeza y la falta de disfrute de la vida: así, niños antes alegres, aparecen tristes, niños muy activos se muestran pasivos...
2. Cambio en funciones vitales: se pasa a dormir o en exceso o muy poco, y de forma irregular, se come o mucho más o mucho menos que habitualmente, aparecen muchas quejas de dolores corporales, está más cansado, cambia de peso en poco tiempo.
3. Cambio en las funciones mentales: se vuelve más olvidadizo, está muy desconcentrado, baja su rendimiento escolar.
Estos criterios se dan en su totalidad o en gran parte, manteniéndose durante un periodo de tiempo largo (más de seis meses).
Cuesta mucho a los padres detectar la depresión en sus hijos, es por ello que la información sobre ella es fundamental. No podemos olvidar que uno de los factores de riesgo de la depresión es el suicidio, y aunque felizmente tiene una prevalencia escasa en la depresión infantil, es un tema que hay que tener presente.
QUÉ HACER ANTE LA DEPRESIÓN INFANTIL
Desde el momento en que unos padres tengan la sospecha de que su hijo pueda estar teniendo este trastorno, lo primero es acudir a un especialista ya que es fundamental la realización de un diagnóstico exacto y el tratamiento precoz.
Bajo la supervisión del especialista, los padres podrán intervenir para potenciar el tratamiento y poner las bases para que el niño supere y destierre la depresión.
Las premisas de la intervención familiar están centradas en la canalización de todo lo positivo que hay en el niño, de manera que éste se vea reforzado y valorado. En esa línea, podrían trabajarse estos aspectos:
a) Armonía familiar: las buenas relaciones en la familia deben ser lo habitual, los desacuerdos deben tratarse adecuadamente, y nunca delante de los niños. Si queremos en el niño equilibrio emocional, la familia debe tener equilibrio emocional.
b) Control de emociones: ser capaz de enfrentar correctamente las situaciones que le causan malestar. Los padres pueden ayudarlo no dándole nada que pida llorando o gritando, acostumbrándolo a pedir perdón, contar hasta diez y otras herramientas relacionadas con las habilidades sociales.
c) Fomentar la autoestima: en muchos casos la depresión infantil viene dada por el descontento que el niño siente hacia sí mismo. Es fundamental trabajar su autoestima para que adquiera una imagen de sí mismo adecuada, animarlo a realizar alguna actividad en la que sea especialmente diestro, fomentar el elogio, evitar las críticas irónicas y las comparaciones.
d) Incremento de las habilidades sociales: Potenciar el contacto con otros niños es fundamental. Celebrar el cumpleaños, animarlo a asistir a fiestas, potenciar que realice algún ejercicio físico en equipo.
e) Enseñar a aguantar: saber resistir la frustración es esencial en un niño, tanto como en un adulto. Hay que ir graduando la consecución de los premios, de forma que no todo sea instantáneo; enseñarlo a esperar y ralentizar el momento de disfrutar de las cosas.
En suma, como adultos debemos ser conscientes de que la depresión infantil es una realidad y sentar las bases para prevenirla o, en el peor de los casos, paliarla.
Imagen cortesía de Carolina Madruga
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